miércoles, 6 de junio de 2012

SIEMPRE VUELVO A TI

Sabéis que cuando inicié este último camino, no quería ilusionarme, me daba miedo y pasé por varios procesos de dudas, angustias, bajones, pero al final me sobrepuse a todos esos estados y me propuse llevar este último tratamiento con alegría, ilusión, esperanza, toda mi energía positiva y todo el optimismo del que, dada nuestra situación, era posible.

Quería ser capaz de poder llevar a cabo todo el proceso con esa ilusión, pero a la misma vez siendo realista y convenciéndome a mi misma de mi primer pensamiento cuando murió Ángela, y es que si no tenía más hijos no pasaba nada, porque en realidad cuando ella murió y me decían que después podría tener otro hijo, yo les decía, porque además era así, que no quería más hijos, que ella era todo lo que yo quería y ella era el principio y el fin, que no la podíamos tener físicamente, pero que nos había dado tanto durante el tiempo que pudimos disfrutar de ella, que no tenía necesidad de volver a experimentar lo que era ser madre, porque ya lo había hecho con ella.

Sin embargo y a la misma vez yo quería estar contenta, y transmitir a mi cuerpo, y luego a mis embrioncitos que sí, que podíamos, que lo íbamos a conseguir, que estaba convencida y dispuesta, y que aunque el camino fuera duro por la multitud de sentimientos contradictorios y paralelos, merecería la pena, si al final el o ellos estaban conmigo. Si lo hacía debía ser con todas las consecuencias, con todas las ganas, y con mi mejor disposición, porque mis pequeños embrioncitos ya eran parte nuestra y también ellos se merecían mi actitud positiva.

Así que a pesar de todo, y teniendo en cuenta que sí, que esta vez sí iba a ser la última oportunidad, he querido poner todo, todo de mi parte, no sólo médicamente, sino físicamente y psicológicamente para darles la mejor oportunidad de querer quedarse conmigo, de querer luchar como hizo Ángela y quizás he sido demasiado exagerada en ciertas cosas o en los cuidados que he llevado, o no queriendo hacer ciertas cosas quizás demasiado tontas, como no querer agacharme o no querer estirar un brazo para coger un plato, o no querer salir a dar algún paseo, o que vinieran a verme para no tener jaleo, o estar mucho tiempo estirada o sentada con las piernas en alto, o beber bastante, o......., un millón de cosas más, pero es que no puedo evitarlo, tenía miedo. Mucho miedo y era mi forma de poder protegerlos, de sentir que los estaba cuidando, quizás todo producto del miedo que pasé viendo como perdía a Ángela y que no podía protegerla y ayudarla.

No lo sé, en cualquier caso, me he sentido sola, vacía, emocionalmente hundida y sin ganas de nada, porque al final mi pensamiento siempre vuelve a lo mismo. Aquel día. Ángela. El miedo. Las ganas de querer dar marcha atrás en el tiempo. El dolor. El darme cuenta que no es un sueño sino una pesadilla pero real. Y sentir una enorme decepción y rabia pensando en que fue ella la única que quiso quedarse y luchar y me la quitaron. Y yo he querido seguir intentando aprender a vivir, seguir luchando, seguir intentando levantarme cada vez que he caído y queriendo seguir soñando con el milagro de la vida a pesar de todo.

La vida se empeña en golpearme una y otra vez y sólo quiero poder sentir paz pensando en que aunque no podamos tenerte aquí, tú estas feliz. Déjame poder sentirlo, Ángela. Te queremos.